La tecnología, aunque no lo crean los acérrimos defensores de los derechos de autor, es la mejor bendición que podían haber tenido, pues gracias a la tecnología las obras llegan a más gente, en menos tiempo y de forma más accesible. Este tipo de promoción no se ha conocido en la historia, y una obra desconocida hoy puede ser conocida al otro lado del planeta en cuestión de minutos.
Pero, ¿qué ocurre para que haya tanto revuelo por el uso de estas tecnologías como para que la presunción de inocencia sea ignorada, y se acuse a cualquier ciudadano de a pie como un pirata, y que el simple hecho de descargar una canción sea un delito más grave que una paliza, una violación o incluso un asesinato? ¿No nos estaremos volviendo locos?
Los derechos de autor se crearon en una época en que las circunstancias sociales y culturales demandaban un modelo de protección de las obras. Este modelo ha sido explotado con éxito durante cerca de un siglo, con las mejores intenciones. Sin embargo, la cultura se ha convertido en un negocio, y en ese mundillo han llegado oligarcas que imponen su dominio sobre los autores, especialmente a los que empiezan, en donde atan cultura y autores mediante contratos abusivos y exclusivos. Un autor puede crear una obra con pasión e inspiración, pero la obra sólo le pertenece por nombre, pues la explotación de la misma está encadenada en la prisión de la industria. El autor no tiene derecho a decidir con quién editar la obra, con quién distribuirla, cómo promocionarla o cómo venderla. Una vez terminada su obra, se convierte en un títere con imagen, al que le caen las migajas tras haber sido repartido el botín por su explotación.
Entra también en juego la guerra entre oligarcas, por la supremacía del mercado, imponiendo sus catálogos, eclipsando promesas a la sombra de sus altas ramas. Así, en la lista de tops en obras no suelen estar los mejores (digo "suelen", no digo "no están"), y a menudo nos cuelan bodrios como si fueran algo delicatessen. Al final se vende lo que quieren, a base de talón, y no lo mejor a base de méritos y de sondeos de opinión.
En este circo hay mucho intermediario que se lleva gran parte de los beneficios sólo por hacer nada, acaso un contacto o una recomendación o un telefonazo. Algo injusto, pues el trabajo de la obra la hizo un autor encerrado en la soledad de su estudio durante gran parte de su tiempo (su vida), de su talento, de su esfuerzo y, muchas veces, de su propio dinero. Del total de la obra que se pone a la venta, el autor sólo ve una ínfima parte de los royalties que le presentan (muchas veces no coinciden con la realidad). Parte del resto se lo llevan parásitos chupasangres.
Surge un medio universal de conocimiento llamado Internet, en el cual es posible compartir y llegar a todas partes obras. La difusión es incalculable, y esto es muy bueno. Para el autor es la mejor promoción que le podía ocurrir, y además gratis. Todo el mundo conoce al autor, escucha su música, lee su libro, ve su cuadro o su escultura. Mucha gente querrá asistir a un concierto, o querrá pedirle que escriba algo para él, o que le pinte algo. Es trabajo directo, donde se crea un negocio sin intermediarios. Asistimos a un medio en el que una canción en MP3, un pdf de un libro, o la foto de una pintura o de una escultura, es una tarjeta de visita para darse a conocer.
A la industria esto le parece una intromisión, y pierde la exclusividad. Ve que los autores se dan cuenta de que hay otro tipo de negocio, y en ese negocio encuentran libertad. El autor es ahora libre de decidir qué hacer con su obra, cómo, cuando y con quién. Incluso el autor mismo puede distribuir su obra asumiendo los costes. Impotente ante esta tendencia inevitable, en lugar de adaptarse a la tecnología, al movimiento cultural, a ajustar su sistema de negocio de una manera mucho más popular y beneficiosa que antes, fruncen el entrecejo y atacan sin consideración ni respeto a los ciudadanos (que también son sus clientes, no lo olvidemos) por hacer uso de esa nueva cultura, y a los autores se les hace un lavado de cerebro convenciéndoles de que es ilegal (no hay leyes, pero untando a los políticos se crean leyes dictadas por su pluma, y no por la de jueces o de senadores), y que hay que seguir abrazando el antiguo dogma. Hay que vetar esa libertad de cultura, tanto para los ciudadanos como para los autores. El negocio se pierde si no imponemos nuestra oligarquía de una forma mucho más dura e inflexible, o morir matando.
Así, de esta guisa, los ciudadanos nos convertimos en delicuentes de la peor calaña, y de paso sufragamos los chalets y palacios de los oligarcas con impuestos revolucionarios. El canon digital es prueba de ello. Tenemos que pagar un canon por comprar un CD virgen, una memoria SSD, un disco duro, un teléfono móvil... donde guardamos las fotos de nuestras vacaciones o los documentos que generamos en nuestro trabajo, o por los programas de software libre que nos descargamos. Somos piratas, no "presuntos" piratas. Y pagamos por la ineficiencia de un modelo aligarca que se erige como defensor de algo que no defiende, si no que promueve eso que no defiende para imponer acciones que los vuelve más poderosos y ricos. Dicen defender los derechos de autor, cuando lo que defienden realmente es el derecho a pernada.
Ramoncín, antiguo autor de poca y reconocida trayectoria, incluso se ha permitido registrar su apodo, a fin de que no se pronuncie su "nombre artístico" en vano, so penalización por su uso. ¿Cuándo uno puede registrar su mote o apodo en exclusividad? Ramoncines he conocido muchos, y ahora no pueden utilizar su apodo. ¿Qué Paco, Manolo, Pepe, Charo, Clemen, Santi, Rafa, Edu, Charli, Chelo, Josemi, Goyo, Javichu, Toñi, Miguelón, Candy, Tito, Tino, Moncho, Espe, Alf, Alex, Use, Yoli, Rober, Pepelu, Juanlu, Nacho... puede registrar su apodo en exclusiva? ¿Qué organismo oficial o persona ha permitido ésto, cuando ese nombre es propiedad de la humanidad y de las costumbres populares incluso mucho antes de que este señor naciera? ¿Por qué registra algo que no ha creado? Un poco hipócrita viniendo del mayor defensor de los derechos de autor, ya que ha robado la creación a la humanidad y se la apropiado sin más. Además, pone como ejemplo a Coca-Cola, como si con eso puede evitar que se utilice su nombre para críticas. Lo único que permite un nombre o marca es su uso para obtener beneficios sin permiso de su propietario, no por críticas vertidas hacia dicho nombre o marca.
Pero dejando de lado esta anécdota, está claro que la cultura libre triunfará sobre las oligarquías. Es inevitable, y el modelo de libertad ha quedado claramente como beneficioso en todas las culturas. Comenzamos por el mercado libre, cuyo modelo se ha demostrado ser beneficioso para la civilización, el desarrollo de los países y de los ciudadanos, afectando también a lo social, la cultura, los servicios, la justicia, la ciudadanía, etc. Lo mismo está ocurriendo con el software libre, precursor de la cultura libre, pues el software es también cultura, y gracias a éste la cultura crece, une pueblos, civilizaciones y favorece la competitividad, logrando, al igual que el mercado libre, mejores productos, mejores tecnologías, mejores calidades, más ventas y clientes más satisfechos.
Con la cultura ocurrirá lo mismo. Una cultura libre dará la oportunidad a cualquier autor a promover su obra, tener no sólo el derecho de autoría si no también el de explotación. Podrá tener a su disposición herramientas para vender su obra, e incluso darse a conocer para que sus clientes utilicen libremente sus servicios. Libre no significa gratis, si no libertad para ofrecer la obra para que sea usada libremente, ya sea copiada o incluso utilizada como parte de otra obra. Si una obra es utilizada para otra obra, la autoría debe quedar patente en la nueva obra. Hay licencias que imponen que las obras derivadas se promuevan en los mismos términos que las obras originales. Por ejemplo, mi libro "SPI: el demonio que me despierta mientras duermo" (en el que se incluyen algunos artículos de otros co-autores) se editó bajo Creative Commons, de forma que no se pueda vender, que se reconozca la autoría, y que se pueda utilizar para crear nuevas obras. Este libro de divulgación permite que nuevas obras utilicen mi libro como base y añadan más información o información más actualizada sobre esta enfermedad. Estas obras deben mencionar mi obra y mi autoría, y además, no puede venderse y se debe editar bajo la misma premisa que mi obra. Con ello sale ganando la sociedad entera, pues se enriquecerá el conocimiento de esta enfermedad. Si acaso algún autor no respetase esta licencia, y publicase su obra sin mencionar la mía y además cobrando, tendría todo el derecho de denunciarlo. Puede que un juez imponga una multa económica e incluso que parte de los beneficios de su obra me sean remunerados por daños y perjuicios. En mi caso, escribí el libro para la divulgación del SPI sin ningún afán recaudatorio, por lo que, por ética, donaría esta remuneración a asociaciones de pacientes de SPI.
Cualquier ciudadano puede ser autor ahora, pues tiene libertad para serlo. Concentraría su talento en crear una obra. Una vez creada tiene la libertad de decidir qué hacer con ella. Si quiere venderla, tiene también la libertad de poder contar con un representante o de contactar con una editorial para que le asesore y permita mover los hilos para que su obra se pueda vender, o bien puede crear su propia página web y promover su obra, editando parte de la misma o la obra completa. Promoviendo en lugares de difusión y publicidad, su obra es rápidamente expandida y conocida. Puede añadir valores adicionales a su obra, como, por ejemplo, vender la edición impresa de su libro en un formato especial, o grabar un reproductor de MP3 con todas sus canciones, o incluso promover sorteos para entradas a un concierto, o de regalar una camisa firmada... la imaginación del marketing no tiene límites, y por todo ello tiene el control de su venta. También tiene la libertad de decidir con qué imprenta, o con qué serigrafía, u otra empresa, poder editar el formato físico de sus ventas. Los intermediarios desaparecen, por lo que el beneficio es mayor incluso rebajando el precio de venta. Gana el ciudadano, gana el autor y ganan las empresas que colaboran con el autor.
Otra ventaja de este sistema es que todos tienen las mismas oportunidades a darse a conocer. Aquí ya no hay favoritismos por tal o cual autor, ni zancadillas a los que no pasan por el aro o están rebeldes. Hay igualdad y equidad, y la ventaja de la escasez desaparece para los oligarcas. Cualquiera en Internet puede llegar a descubrir a ese nuevo talento, y si le gusta el MP3 que se descarga, puede comprarle camisetas firmadas, o una entrada para su próximo concierto, o, si se es un productor de cine, contratar la composición de la banda sonora de una película, o componer canciones para otros cantantes (que no autores). Si le gusta el libro que se descargó de la página web del autor, puede querer comprar la edición especial impresa dedicada y firmada, o incluso contratarle para escribir una historia o un artículo.
Esa libertad de cultura se implementará en una sociedad que ya se ha beneficiado del mercado libre y que se está beneficiando del software libre. La libertad mueve más y genera más. Se crea más cultura, nacen más autores bendecidos por el sol de la libertad. Los ciudadanos se beneficiarán de una cultura accesible y económica, y de la ventaja de tener más variedad, competencia, calidad y riqueza.
¿Qué pasará con los oligarcas? Al igual que con los antiguos oligarcas del pasado que controlaban las riquezas para sólo unos pocos, a costa de los pocos pobres que generaban algo de riqueza, en detrimento de su país y de su pueblo, aplastando cualquier brote de competencia y de nuevos valores culturales; tenderán a extinguirse o a adaptarse (los que menos). Yo les recomendaría que conocieran esta nueva cultura, y que su codicia desaparezca para brindar a los autores de los medios para promover y vender sus obras CON LIBERTAD Y SIN EXCLUSIVIDAD, creando servicios opcionales que ayuden a los autores a divulgar, distribuir y vender sus creaciones. Pero no a los precios abusivos de ahora, porque bajar un MP3 por 0,99 euros es el mismo precio por canción de un CD, y en ese proceso no hay ningún intermediario, ni costes de fabricación, distribución ni logística. Han de ser precios sin usura, que puedan competir con los de otras empresas nacidas de oligarcas del pasado. Esta competencia equilibraría los precios para que tanto el autor como el ciudadano se beneficie, y se genere un mercado nuevo que entierre el modelo actual, el cual empieza a pudrirse. Aquellos oligarcas que empiecen hoy con este nuevo modelo de negocio tendrán la ventaja del posicionamiento en el mercado.