Hoy comienza el SIMO 2005, y, por primera vez en 20 años voy a estar ausente.
Recuerdo con añoranza, cuando tenía 14 años y el SIMO estaba junto a la Casa de Campo, en donde entrabas en un mundo mágico, se inventaban nuevas cosas que te asombraban y te quedabas boquiabierto. Era maravilloso acceder a una batería de Spectrums listos para jugar, o de ver cómo la tecnología empezaba a dar pasos de gigante y comenzar a ver los primeros vestigios de la multimedia con los Commodore Amiga. Año tras año ese gusano tecnológico no moría, y cada vez aparecían adelantos inimaginables.
Desde entonces he asistido con impaciencia a cada evento del SIMO, saliendo con un regusto cada vez menos dulce y cada vez más amargo. Poco a poco, el SIMO se ha ido haciendo menos profesional y cada vez más... eso: una feria.
No pongo en duda las buenas intenciones de los expositores, ni tampoco critico a los no profesionales, pero la captación de masas ha ido convirtiendo el SIMO en un espectáculo lamentable.
El negocio es el negocio, y los organizadores del SIMO se frotan las manos cada año, sangrando a las pequeñas empresas de software y hardware, que invierten arriesgando su capital, por unos pocos metros cuadrados en un oscuro y frío rincón, mientras que los pudientes (leáse los gigantes), acaparan la mayor parte de la feria. Conozco casos de amigos que con sus empresas comenzaban a ir al SIMO, pero que luego perdían toda su inversión y cada vez se desplazaban a lugares más pequeños y escondidos. Al final, tras perder dinero decidieron no volver a exponer.
El año pasado tuve la oportunidad de ir tres veces al SIMO, pero no como visitante ni como profesional, si no como responsable de mi empresa, y con la misión de contactar con la mayor parte de empresas que allí exponían, con el fin de establecer contactos y posibles acuerdos o alianzas. Durante esas tres jornadas, pude apreciar que "la pela es la pela", y que en el SIMO, que es basto y grande, el que es tonto se muere de hambre (tergiversando a "Los Mojinos Escozíos").
La masificación y la globalización por parte de Microsoft, Apple, HP, IBM, Sony y las cuatro empresas que acaparan la mayor parte de los metros cuadrados del SIMO (y que sí amortizan con creces su inversión), relegan a los que quieren su oportunidad. Los espectáculos que giran a su alrededor y las azafatas con uniformes ceñidos, hacen del SIMO un pastel de bellota amarga, cubierta de fino chocolate y abundante nata, en donde todo entra por los ojos, y en donde los que no son profesionales se decanten por los espectáculos sin ver que en lo más profundo y oscuro del SIMO, hay cosas mucho más interesantes y sencillas, que no necesitan de una orquesta para demostrar lo que valen.
El año pasado disfruté mucho contactando con empresas que se dedican al Software Libre y al Linux, e incluso con empresas que se dedican a desarrollar sus propios programas, con editoriales y con organizaciones totalmente desconocidas. Descubrí con ellos, a los auténticos tecnólogos, que innovan y crean nueva magia a partir de códigos binarios o de ideas. La lástima es que no tienen dinero para contratar famosos, ni para alquilar 200 metros cuadrados justo a la puerta del pabellón, ni tan siquiera para poner a una niña mona enseñando escote y jamón. Pero luchan por un
mundo mejor, aportando ideas originales y desarrollando tecnología innovadora, de una manera mucho más artesanal si cabe.
Este año tengo la oportunidad de no ir, muy a mi pesar. Hay otras ferias menos otentosas y mucho más fascinantes, como la Java Expo, o las convenciones de Linux y del Software Libre.