Suelo ser una persona muy positiva, y siempre suelo pensar bien y en la autosuperación. La reflexión de hoy es algo que lleva en mi mente hace mucho tiempo, que lleva su dosis apocalíptica, pero, a su vez, lleva un mensaje de esperanza.
Me gusta ir directamente al grano, sin tapujos ni preámbulos. Así pues, al que le duela el primer efecto, lo siento: vaticino el fin de nuestra tecnología.
Habrá quien me tilde de loco visionario, de falso profeta y de otros muchos adjetivos, pero me da igual. Incluso deseo que tengan razón y que yo me equivoque. Pero creo firmemente en un final de nuestra era tecnológica, tal y como la conocemos. Ello no significa el fin de la tecnología (no lo confundamos, siempre existirá), si no el fin de la tecnología que conocemos, basada en ingenios electrónicos y gestionada por software.
No soy el único que cree que el fin del petróleo se acerca, y ya hay indicios de ello. En pocas décadas sufriremos de manera vertiginosa un desapego brutal a nuestra petrodependencia. Y descubriremos que casi todo en nuestra vida cotidiana está impulsada de manera directa o indirecta por el petróleo. Y no necesita ser un vehículo, si no todo lo que usamos, tocamos o utilizamos, como el plásticos, los circuitos integrados, los chips o incluso la fabricación de dispositivos alimentados por electricidad, y en la fabricación de productos que generen energía alternativa.
Esto se está notando desde hace algunos años en la lucha de EEUU por el control del petróleo en Oriente Medio, y las guerras que ha emprendido en Iraq, Afganistán y las que vengan en un futuro próximo (posiblemente Irán).
Esta crisis energética será agravada por el cambio climático, el cual estamos sintiendo actualmente, y que supondrá muchísimas pérdidas materiales y económicas, lo que repercute en la inversión de tecnología y en I+D.
A la crisis del petróleo y al cambio climático, habrá que sumar que nuestra principal preocupación será el agua de calidad y de consumo, que llegará a desatar luchas y guerras.
Habrá muchos cambios en lo social, y nos daremos cuenta que nuestro mundo capitalista y globalizador supone un cáncer, y que hay que extirparlo. Nos volveremos más espirituales y más humanos, y estaremos obligados a no depender de computadoras, ni de móviles ni de gadgets. Volveremos a preocuparnos más en la tierra y en los recursos alimentarios, en la agricultura y en el ganado, y en cultivar zonas de pastos y bosques. Entraremos en una época ecologista, a fuerza de aprender de nuestros errores y de intentar recuperar nuestro hábitat, en muchos casos irrecuperable.
Este panorama ya se está notando, y estamos a tiempo de amortiguar el golpe. En algunos casos, serán procesos demasiados bruscos para reaccionar, y en otros casos, serán más suaves y graduales.