Junto a mi taza de humeante, aromático y apetitoso té Earl Grey, observo cómo nieva por la ventana. Tomo un sorbo mientras inspiro su aroma, y un deje de melancolía recorre mi cuerpo mientras el te llega a mi estómago. Hoy es mi último día en Milton Keynes.
Han sido tres meses para una semilla que no ha conseguido echar raíces. La tierra era buena, la semilla también, pero la intervención política, mediática y financiera del Caballero Don Dinero, ha ahogado la última oportunidad de vida para un proyecto grande e interesante.
Hace tres meses abandoné un cómodo, sencillo y longevo puesto de trabajo como Jefe de Proyectos en Telefónica TPI, en el que todos mis compañeros me querían y estábamos muy compenetrados, y me aventuré a este proyecto en Inglaterra, con el fin de ganar más prestigio y perfeccionar mi inglés. Pero parece que ha salido rana.
Vuelvo a sorber mi te, y su aroma me trae recuerdos felices junto a todos mis compañeros. De los ratos que hemos pasado cenando la costrosa comida de este lugar, charlando, viendo partidos de fútbol inglés o de los favores y anécdotas vividos (no es que sea mucho, pero aquí, un poco es como un haz de luz entre las negras nubes de una tormenta).
Estas dos semanas han sido nefastas para mi: operación de mi madre, ataque de gota, gastroenteritis, faringitis, fiebre... Y encima fin de proyecto.
Me detengo a relexionar sobre mi carrera en los últimos años y detesto mi trabajo. No lo digo presa de una depresión. Tengo la mente bien fría, y esta conclusión la tengo desde hace años. Los que me conocéis sabéis que no es algo nuevo.
He pasado de la creatividad y del arte (empecé a programar videojuegos) a liderar macroproyectos internacionales. Pasé de beber en el insaciable manantial de los algoritmos ingeniosos a pudrirme en el más oscuro de los sótanos de la política empresarial.
El problema que tengo es que tengo una familia y una hipoteca que mantener, y debo hacer de tripas corazón, y tragarme mis escrúpulos. No soy feliz así, amigos míos. A veces casi he querido ser un simple vendedor de coches, con un sueldo normal, que un directivo en esta jungla de intereses.
Pero todo lo malo es bueno, y todo lo bueno es malo. No depende del prisma por el que se mire, si no de tener la mente fría, controlar los sentimientos y los instintos, y analizar (en el buen sentido de la palabra, que para algunos les da por el c...) la situación, ver las posibilidades positivas y desechar las negativas. Todo principio tiene su fin, y todo fin va seguido de otro principio.
Algunos podrían pensar que me estoy volviendo Lao Tse, y que me estoy inspirando en la antigua filosofía china del cambio inmortalizada en el Tao Te King. Yo creo que sí y que no. Creo que la vida es cuestión de actitud y de elección. Actitud para interpretar la situación actual, y elección para continuar.
Hace unos meses tuve la oportunidad de ayudar a mi buen amigo Angeliyo del Infierno, que pasó por una crisis muy fuerte (la pérdida de su padre, y la ruptura de su relación de más de una década, amén de una depresión y una moral baja para encontrar trabajo). Sólo el intento de ayudarle a ponerse en pie produjo en mi una gran satisfacción y me llenó como ser humano y como amigo.
Hace un par de semanas he conocido a una persona especial que tiene un problema también muy serio, una enfermedad psicológica autodestructiva. Mi amiga Esperanza me encontró a través de Skype, en un esfuerzo por salir de su burbuja de aislamiento. No sé si tendré la oportunidad de conocerla en persona, pero mientras tanto, gracias a la tecnología estoy intentando ayudarla, o, cuanto menos, a reconfortarla y animándola a superar su enfermedad. Cada vez que hablamos, ella se siente mejor y lo agradece.
Esto me está haciendo feliz y no sé como transmitirlo a través de este blog. Es una sensación trascendental. Me llena más que mi trabajo y no gano nada. Bueno, sí: gano como ser humano.
Sigue nevando en Milton Keynnes. Dentro de unas horas dejaré atrás este lugar y esta gente, y, al igual que la nieve, dará lugar al milagro de una nueva vida, quizá más interesante.