Uno no puede evitar sentirse Don Quijote contra gigantes y fantásticos enemigos, cuando uno hace balance de sus 21 años de profesión en el mundo de las tecnologías.
Comencé a los 14 años, colaborando con empresas creadas por amigos con ilusión, intentando hacerse hueco en el mundo de los videojuegos. Uno trabajaba horas y horas y horas, el tiempo pasaba inexorablemente, convirtiendo las horas en minutos. Uno no trabajaba por dinero, si no por ilusión, por ganas de aprender más y de conseguir afrontar retos cada vez más difíciles y conseguir crear productos que causaban admiración y devoción entre los chavales (y no chavales), que por aquella época fueron los primeros usuarios en tener un ordenador en casa, ya fuera un Sinclair Spectrum, un Amstrad, un MSX o un Commodore.
Se ganaba poco dinero, pero tu talento era muy reconocido y venerado, por ser de los poquitos que se atrevían a programar en lenguajes tan ariscos como el ensamblador.
Pero uno crece con la tecnología y con el mundo del software. Entra en la facultad, pero también debe trabajar para conseguir dinero. La era del Spectrum muere, y Amstrad y MSX se resisten a morir. Commodore es un monstruo que triunfa más en Alemania, y en España cae en el olvido, seguido sólo por aquellos entusiastas fieles que resisten vanamente su debacle. Llega la era del PC en el hogar, a pesar de ser aún muy caro y de no tener las calidades gráficas y de sonido de aquellos locos y pioneros micro-ordenadores.
Uno sigue colaborando con estas empresas de videojuegos con ilusión, y se centra en el futuro del PC, con su arcaica CGA y su monocromática Hércules. Poco tiempo después empezaría la EGA y la VGA, pero cada fabricante definía sus propias reglas para trabajar con estas tarjetas gráficas.
Pero uno requiere poco a poco afrontar más en la vida, y las 30.000 pesetas de sueldo, o los ficticios royalties que sacabas por una de tus obras, no daban para vivir. En algunas empresas de videojuegos no tenías ni nómina. Eras un colaborador, y cobrabas (si cobrabas) con arreglo al producto que fueras capaz de presentar y según las ventas que se realizaran. Te presentaban una fotocopia retocada con tipex sobre las supuestas ventas realizadas con las distribuidoras. Te engañaban, sí, pero tu ilusión seguía ahí latiendo, con mucha fuerza. Estabas orgulloso de que tu idea y tu trabajo estuvieran en un estante de El Corte Inglés, o en el frontal de un kiosko, o en la vitrina de una tienda de electrodomésticos o de productos informáticos.
El programador de videojuegos seguía ilusionado, pero para ganar dinero tuvo que hacerse maestro en centros de formación privada. Aprendía cosas nuevas que no estuvieran relacionadas con el mundo de los videojuegos, si no con las demandas de las empresas. Uno comenzó a enseñar a futuros trabajadores en tecnología el sistema operativo DOS, las primeras aplicaciones de ofimática, alguna base de datos primitiva, o algún lenguaje de programación, tal como Basic, Pascal, C ó dBASE. Más tarde, abarcaría Windows, el nacimiento del Visual Basic, la multimedia y el diseño gráfico.
Hasta 1995, este loco Caballero de la Triste Figura, compaginó la facultad con la colaboración de videojuegos y la formación. Y entonces, una vez graduado, saltó a la consultoría y a la tecnología seria. Las perspectivas eran esperanzadoras, y uno tenía ante sí un brillante y prometedor futuro, con ganas de comerse el mundo, con una nómina en condiciones, y con las ganas de casarse y formar una familia.
Pero cuando uno traspasa esa puerta, entra en un laberinto viciado del cual no puede salir. Entra en un mundo donde la ilusión por la tecnología se mantiene en un hilo muy débil que no termina de romperse, donde el ambiente se enrarece y el aire se hace casi irrespirable. Uno despierta en un corrupto y contaminado lugar, donde el talento no tiene valor, si no la fe inquebrantable en ese corrupto sistema.
No sé si coincidiré con los lectores, pero uno ama la tecnología y la programación por encima de todas las cosas. Que uno tiene ilusiones, talento, ideas, ganas y mentaliza obras de arte. Pero cuando uno entra en el mundo de la consultoría, todas esas ilusiones, ese talento y esas brillantes ideas se desvanecen como el humo. Dejas de ser una persona con mente y opinión, y te convierten en un borrego programado, como un robot, que sólo debe producir, producir y producir. Dejas de tener sentimientos, dejas de tener opiniones personales, dejas de tener ideas propias. Cierto que es algo exagerado, pero si uno reflexiona se dará cuenta que no está mal encaminado.
Este negocio es muy rentable y lucrativo, y todo se reduce a beneficios, revenues y cuotas. Te conviertes en una pieza más de esa maquinaria de hacer dinero, y no importa si eres una tuerca o una rueda dentada. Por arte de magia, se te inserta en cualquier parte de la máquina y funcionas.
Las consultoras no te tienen nunca en cuenta, a pesar de que trabajes con ellos quince años. A pesar de oír (que no escuchar) tus problemas laborales o personales, no se molestan en apoyarte (una palmada en la espalda a lo sumo y un "ea, tira palante que no es nada"). Las promesas hechas en la contratación no suelen cumplirse casi nunca, las prometidas bonificaciones se ven mermadas a un mínimo a pesar de las reiteradas presentaciones sobre el increíble crecimiento de la compañía, los aumentos de salario son un mito, y el crecimiento profesional dentro de la compañía una leyenda empresarial. Al final, uno necesita cambiar de empresa para ganar más dinero y para subir de categoría.
El mayor enemigo para el pobre Don Quijote es el Master of Puppets (Señor de los Títeres, mi canción favorita de Metallica, y que curiosamente forma un interesante pasaje en la obra maestra de Don Miguel de Cervantes). Las manos que explotan la máquina de los churros no son tecnológicas, si no más bien intrusas. A veces son manos tecnológicas pero, como una crisálida ambiciosa, no han dejado el tiempo para formarse como mariposas, y son seres deformes, con alas costrosas que no pueden volar. Suelen ser "trepas" que la ambición les lleva al Lado Oscuro, y se erigen como poderosos Natzgul sin sentimientos, olvidando sus humildes orígenes.
Así pues, nos encontramos creando tecnología no innovadora e impositiva, en manos de mangurrinos y amos que no saben ni quieren saber de tecnología. Sólo se preocupan de reventar esa máquina de churros, de cebar a un cerdo pestilente, de llenar sus bolsillos sin importar quién muere. Al fin y al cabo, Don Dinero es un amigo muy venerado, y los sentimientos, los talentos y las ilusiones de esas piezas minúsculas que hacen funcionar la máquina de churros no valen nada. Si alguna de esas piezas se rompe, se compra otra, se inserta en cualquier lugar y a funcionar.
Quizá, lo que más arcadas me produce, es la falsedad en este negocio, y las mentiras que dentro y fuera se forman, desprestigiando el buen hacer y los buenos propósitos de los tecnólogos, los verdaderos creadores del negocio. Todo se reduce a la imagen, y no sólo de cara al cliente, si no ante jefes y compañeros. Entre trepas y mangurrinos, quedar bien, sacrificando y culpando de sus errores a cuantos ingenieros informáticos sean necesarios, es una constante dia a día. Cometer errores garrafales y sacrificar peones para ocultar esa irresponsabildiad y esa incompetencia. Lo peor de todo, es que una vez se hace es como una droga, y se vuelve a hacer una y otra vez. Y lo peor de lo peor, es que a pesar de ello, son los únicos supervivientes de tan caótico mundo, como las ratas, los cuervos, las moscas o las cucarachas, alimentándose de la carroña.
El lector podrá pensar que es exagerado y que este caballero ha tenido muy mala suerte. O que, como aquel Don Quijote, está loco de atar y despotrica gratuitamente y escupe sobre la mano que le da de comer, o que es un rebelde sin causa.
Este Caballero ha recorrido muchos caminos y se ha enfrentado a mil peligros y sinrazones. Su locura lo ha llevado a correr tras ilusiones fantasmales, por un mundo más libre, con un negocio sostenido, justo y sensato, con ilusiones y con ganas de hacer cada día más.
21 años de profesión son mi mejor testimonio. Ya nada me sorprende en este inhumano e incomprensible mundo de la tecnología. He visto grandes gigantes caer, y pequeñas compañías perecer ante el pisotón de otros gigantes. He visto compañías crecer vertiginosamente, como un milagro, y morir en un suspiro, como una amapola. En todas ellas, las que quedaron en el camino, las que se mantienen a duras penas, y las que cada vez son más grandes y poderosas, he visto denominadores comunes: chanchullos, desviaciones de capital, negocios de escasa reputación y éxito, escasa preocupación por el empleado (sólo para seguir produciendo dinero), arriesgadas e inauditas decisiones tecnológicas tomadas por mangurrinos sin consultar con los expertos, operaciones comerciales imposibles de cumplir... Podría hacer una lista interminable, pero no ha lugar.
Ahi están los datos, las cifras y las estadísticas: empresas de trabajo temporal, factorías de software (software factory para quedar más chic y actual), las boddy shopping (o picadoras de carne), o las grandes oportunidades de obra barata en La India y Suramérica (y en breve China). ¿No son indicios de una decadencia total?. ¿No son pruebas de prácticas empresariales desmedidas e inhumanas?.
Este Caballero ha intentado otras alternativas, como entrar en un cliente (muy difícil, puesto que todo lo subcontratan a estas consultoras, quitando puestos de trabajo), dirigir el departamento informático de una pequeña o mediana empresa no tecnológica (chungo, teniendo en cuenta que suelen ser amigos o familiares los que entran, además de un sueldo quizá menor), o montar una empresa o ir de freelance (pero cualquiera se arriesga sin tener clientes ni proyectos ya en mano), o crear un producto propio del cual poder vender instalaciones o soporte (pero si uno ya dedica a su trabajo unas 14 horas diarias, llevarte el trabajo a casa algún fin de semana, un poco de gimnasio para mantener mínimamente una deteriorada salud producto de esta profesión, y un mínimo a tu mujer e hijos, de dónde saca el tiempo?). Este laberinto viciado te lleva siempre hacia su interior, cada vez te desorienta más, te aleja de la salida.
La mejor solución, sin duda alguna, es opositar. Esta es una apuesta arriesgada, pues es muy difícil entrar y encontrar una vacante junto a tu casa. Volvemos a encontrarnos dentro del laberinto: el tiempo que queda libre, la pérdida del hábito de estudiar y que uno ya está cerca de los 40 años y que lo más prioritario es la familia.
Mi reflexión final es que el dinero y la adoración que el ser humano tiene por él, convierte esto en un lugar irrespirable. Quien tiene el dinero, quien genera el dinero, suele ser un ser sin conocimientos ni talentos tecnológicos, que utiliza inconsciente e irresponsablemente esa máquina para generar dinero. Y yo planteo una pregunta: ¿qué ocurriría si un día los tecnológos apagásemos de verdad nuestro ordenador?. ¿Qué ocurriría si las piezas de esas máquinas de churros dejaran de funcionar?. ¿Qué ocurriría si el mundo se parase por ese botón que enciende el ordenador?. Somos nosotros los que realmente movemos el mundo, no el dinero.