lunes, 6 de marzo de 2006

Reflexiones

He vuelto al trabajo después de dos semanas de enfermedad, y de unas merecidas y cortas vacaciones. Durante este tiempo, la apatía se ha apoderado de mí, bajo el nefasto embrujo de la incertidumbre y la suicida tendencia de pensar siempre lo peor.

Los que trabajamos en el sector de las consultorías tecnológicas sabemos que somos carne lista para picar, y que quedarte sin proyecto y no tener otro proyecto esperándote significa el fin de tus días en la empresa. Es triste, pero cierto. El mundo de la consultoría se mueve únicamente en cifras de beneficios, y que lo que cuenta es que estés en un proyecto facturando. Cada día que estés fuera de un proyecto, esa facturación se convierte en un número negativo (deja de haber coste y beneficio, para convertirse únicamente en coste). A partir de ese momento dejas de interesar como profesional y como persona, y te transformas en una amenaza para los “revenues” y las comisiones. Atrás quedan meses o años de aportación al crecimiento de la empresa y al enriquecimiento de algunos directivos y comerciales. De ser el “number one” con palmadita en la espalda incluida, pasas a ser un proscrito y una herramienta inservible, que deja de estar alienado a los intereses del caballero Don Dinero.

Esta es una realidad, y por ello mis temores se veían fundados: fin de proyecto, hace tres meses que he entrado (o sea, el último pelele), te hacen coger vacaciones… La cosa pintaba muy mal.

Hoy, de vuelta a mi empresa, me he encontrado con tres gerentes de cuenta a los que apenas conozco (debido a que trabajaba en Inglaterra, y sólo los he conocido en una presentación de uno de los días que estuve en España). Me han recibido con grandes apretones de manos, y hablándome con franqueza y optimismo, que se estaban dejando la piel por reubicarme. Me comentaron que en los proyectos abiertos en Inglaterra con el Banco, han salido ya 400 personas (y se esperan más) por cortes presupuestarios. De esas 400 personas, mi empresa tenía a unas decenas de compañeros trabajando en esos proyectos. Ya han sido reubicados todos menos yo y otro compañero. No tenían por qué comentarme nada de esto, ya que apenas nos conocemos, ni son gerentes míos ni son temas de conversación con lo que ellos ganen algo o se traten de vez en cuando. Estas noticias alientan, ya que la apuesta que hice por esta empresa ha sido buena, y te queda la tranquilidad y la confianza de que esta empresa valora a su principal activo: sus empleados.

A medida que va avanzando la mañana, mi gerente ha estado hablando conmigo. Mientras sale algún proyecto, puedo empezar a impartir a un cliente esta misma semana un curso de metodologías de dirección de proyectos. Asimismo, me comenta que hay otros dos proyectos esperando la aprobación de mi candidatura, y que, el proyecto más ambicioso de mi empresa, en la cual nos hemos presentado multitud de candidatos, he sido el único español que pasado el primer filtro. De ganar, me convertiría en el máximo responsable de la dirección de proyectos de un producto de mi empresa para Europa, y tendría que irme a vivir a París o a Alemania.

Es aquí cuando te das cuenta de que pensar en el futuro no sirve de nada, y mucho menos dejarte arrastrar por las negras aguas de la negatividad. Al final, estas dos semanas de incertidumbre y pensamientos negativos se han volatilizado, porque en realidad eran humo.

Mi reflexión, producto de mi experiencia, es que siempre tendemos a exagerar las cosas y a pensar siempre lo peor. Tenemos tendencias destructivas y vestimos nuestros miedos con disfraces de Halloween, en lugar de usar disfraces alegres y divertidos de carnaval. Cuando hay algo que no sabemos, en lugar de temer o imaginarse lo peor, lo mejor es avanzar con pie firme aunque con precaución. Cuando nos encontramos en un cuarto oscuro, en lugar de gemir y morirte de miedo, o quedarte quieto hasta que la situación cambie por sí sola, lo mejor es avanzar palpando a nuestro alrededor, hasta encontrar el interruptor de la luz, o la puerta de la salida.

De nada sirve temer lo que no se conoce. Nadie conoce el futuro, y nadie, hasta ahora, gana apuestas vaticinando el futuro. Por muchos datos y probabilidades que tengas para acertar, te darás cuenta que el futuro nunca se ve, que nunca se acierta. Como he dicho en otras ocasiones, apuesta por este momento: es una apuesta segura.