viernes, 2 de diciembre de 2005

Ahí va una reflexión

Es curioso. Después de todo este estrés pasado, mientras hoy firmaba el contrato con mi nueva empresa, me he acordado de mi padre. Hace años que le he rechazado por algo que para mí significaba una traición a nuestra familia, y que fue la causa de la ruptura de la misma.

No es por las épocas navideñas, que se acercan. De hecho, las últimas navidades no quise saber de él. Ha sido extraño, pero me he acordado de él.

Ha sido como un flash instantáneo, improvisado, sin razón de existencia. De repente, en lo que para mi ha sido toda una vida, en realidad ha sido acaso uno o dos segundos. Habrá alguien que lo llame presentimiento, o quizá un mensaje divino. Yo prefiero pensar que fue una burbuja del espacio-tiempo, o quizá una broma de nuestra obscura y demente psique.

Me vi caminando en una iglesia medio vacía. Vi a unos pocos familiares y a unos pocos amigos de pie, mirando hacia el púlpito, en donde un sacerdote oficiaba una misa. Detrás de él aparecía un ataud de oscura madera. Me acerqué al ataud, y vi un cadáver conocido, de alguien a quien veía todos los días lleno de vida. Un cadáver tranquilo y apacible, como si estuviera durmiendo. El cadáver de alguien tras el espejo de mi cuarto de baño, y con quien bromeaba cada vez que me lavaba los dientes o me afeitaba. Era mi propio cadáver.

Como un rayo, se encendieron millones de bombillas apagadas dentro de mi alma. Aquella imagen no me asustó, si no que fue una revelación que me hizo ver la vida de otra manera.

Todos pensamos que vivimos eternamente, cuando ni siquiera sabemos si después de este momento ya no estaremos en este mundo. Y bajo este falso manto de soberbia y egocentrismo, vamos como suicidas hacia una loca y absurda muerte, en esta preciada vida.

Imaginé por un momento que tengo 24 horas de vida. Que mañana a estas horas dejaré de existir. Me acordé de aquellas pocas decenas de familiares y amigos íntimos (muy pocos, lamentablemente). Me pregunté qué habría significado yo para ellos, cómo les he marcado, si les he hecho felices, si podría haber mejorado algunas cosas. y también recordé cuántos faltaron a mi funeral, y me pregunté si sería por algo malo que les hubiera hecho o molestado. Me pregunté qué podría hacer en esas 24 horas para mejorar mi mediocre vida y aportar a la sociedad lo mejor de mi, ayudar a quién lo necesite, a mejorar mis relaciones con aquellos con los que discuto, a amar a los que odie e intentar hacer un mundo mejor. Me pregunté qué epitafio pondrían cada una de las personas que he conocido en mi vida, y de qué manera podría hacer para que me recordaran siempre.

Este podría ser una buena reflexión para cada mañana de lo que me reste de vida, porque no sé el tiempo que me queda. La vida es un reloj de arena que no vemos, y cuyos granos de arena - o momentos - van cayendo sin tregua y sin retorno. No sabemos cuántos granos le quedan a nuestro reloj, pero lo que sí sé es que, de ahora en adelante me gustaría que fuesen unos granos de arena que dejen una marca, a ser positiva, ya que yo sí puedo decidir cómo serán esos granos de arena que quedan por caer. Quiero ser mejor, y no quiero malgastar los momentos que me quedan.

Por ello, he ido a ver a mi padre de forma imprevista. Se llevó una sorpresa, como si hubiera visto un fantasma. Cuando hablamos, su primer instinto fue pensar que le había acorralado, que iba a por él. Estaba tan asustado que empezó a justificarse por todo lo que había hecho según su punto de vista. Cuando terminó de desahogarse le dije que no quería sacarle nada de eso, si no que le pedía el regalo de Reyes de mi hija (o sea, su nieta): él mismo.

A partir de ese momento, el muro que por años había dividido nuestras vidas, se desintegró por completo. Mi padre comenzó a hablarme de lo que había hecho en estos últimos años con una pasión que rara vez vi en mi niñez. Abrió su corazón y me contó sus futuros proyectos y de cómo le iba la vida en esos momentos. Incluso me ha llamado esta noche (la primera llamada) para decirme que tenía unas ganas locas de ver a su nieta.

Estos dos acontecimientos me han abierto la mente de una manera increíble. Me han hecho reflexionar otras muchas cosas. Por ejemplo, ¿no sería indispensable que en desde la más tierna infancia, en los colegios, nos inculcaran y nos entrenaran en las relaciones humanas, y de cómo superar crisis emocionales con el prójimo?. No sólo saldrían grandes vendedores, si no también grandes amigos, grandes cónyuges y grandes personas. ¿No sería importante también que nos enseñaran a suprimir las preocupaciones y afrontar los problemas con puntos de vista positivos?. Eso nos haría mucho mejores como personas y como profesionales.

Lamentablemente esto no se da en la vida real. Y lo más lamentable es que la tecnología nos vuelve más tecno-adictos y menos sociables. Creemos que con los correos electrónicos, con el chat, con la mensajería instantánea o con los SMS nos relacionamos más. Yo creo que no, ya que al no haber un contacto directo somos de otra manera, como más invulnerables o anónimos, más teatrales o más actores, en donde podemos expresar cosas para que el otro esté bien pero que en realidad pensamos todo lo contrario. Preferimos perder diez o quince minutos de nuestro hermoso tiempo (granos de arena o momentos), en escribir un correo estúpido al compañero que se sienta junto o cerca de nosotros, en lugar de levantarnos, darle un abrazo y decírselo con énfasis y con sentimiento.

La tecnología, lamentablemente, nos aparta del contacto humano, de la psicología, de las relaciones directas. Tendemos a virtualizar todo lo que es real, corrompiéndonos. No digo que la tecnología no sea algo útil para nuestras vidas, pero es como todo: en exceso es perjudicial. Y es ahí donde debemos ser capaces de discernir hasta que punto hemos de depender de la tecnología. Parece que ir un día al campo sin el teléfono móvil, sin la televisión, sin el el ordenador o la consola, es como si nos faltara el aliento.

En esas 24 horas que me quedan de tiempo no me gustaría esclavizarme en mi trabajo, ni perderlas trabajando completamente sin dedicarle un momento a los que más quiero. No digo que deje de trabajar, si no que no le dedicaría más tiempo que lo necesario.
En esas 24 horas no dejaría que tonterías me hicieran perder el rumbo de mi barco, y las exagerase a lo absurdo. En esas 24 horas no perdería ni un sólo momento por preocuparme de cosas vanales, y aún menos en convertir hormigas en dinosaurios. En esas 24 horas no dejaría de repetirme que quiero ir a mi entierro con el menor número posible de enemigos, y que, en el caso de quedarme alguno, amarlo hasta en el último óbito.

A todos os pido que os toméis cinco minutos para reflexionar lo siguiente: Si sólo tuvieses 24 horas de vida desde este preciso momento, ¿cómo aprovecharías ese tiempo?. ¿En qué no malgastarías dicho tiempo?. ¿Qué te gustaría arreglar?. ¿Qué temas hay pendientes que te gustaría zanjar?. ¿Con quién te gustaría reconciliarte?. ¿A quién echas de menos?. ¿Qué te gustaría hacer y no te has atrevido? ¿Quiénes te gustaría que asistieran a tu funeral?. ¿Qué epitafio quisieras que te dedicaran para recordarte?. ¿Con qué canción te gustaría que te recordasen?. ¿En qué medida te gustaría que te recordasen?